jueves, 3 de enero de 2013

Senderos

Mark desconocía absolutamente la causa por la cual había decidido huir de casa aquella noche. Simplemente había sentido una extraña y anormal adrenalina corriendo por sus venas y una sensación de extrema claustrofobia que aplastaba su pecho, impidiéndole respirar con total normalidad. Había pasado de estar tranquilamente tumbado sobre el sofá de su casa a estar deambulando por el bosque a la llegada de la noche. Se sentía extraño, ciertamente ridículo y algo insensible ante todo lo que le rodeaba. Le era irrelevante que su madre llorara hasta altas horas de la noche a causa de su desaparición, que su padre pagara su ausencia a golpes con sus hermanos o que Jessica Simons no volviera a saber nada de él en todo lo que le quedaba de vida, y por tanto, le rompiera el corazón en mil pedazos. Irrelevante.
Cruzó un sendero que partía el bosque en dos mitades. La hojarasca crujía bajo sus pasos y el frío azotaba con fuerza su cara y sus manos, las únicas partes de su cuerpo que se encontraban al aire. Era una sensación dolorosa -por cada golpe de viento sentía como sus labios se iban cortando y agrietando- pero a la vez, le era excitante. Aquella noche se sentía más vivo que en sus diecisiete años de vida.
Se dejó caer sobre una roca grande y fría y suspiró todas y cada una de las veces que le fue posible. Se sentía exhausto y gris, como si el bosque le estuviese absorbiendo todo ápice de felicidad, trató de recordar en qué momento había puesto rumbo hacia aquel lugar y cuáles habían sido las causas, pero nuevamente, le fue imposible recordarlo.
Todo cuanto alcanzaba a ver ahora se comenzaba a tornar en blanco. Una niebla espesa y gélida envolvía el lugar y a Mark le comenzaron a doler los ojos.
Decidió retomar el camino y seguir andando. Su espesa melena castaña estaba húmeda y le provocaba frecuentes escalofríos y un terrible dolor que parecía taladrar todas y cada una de las articulaciones de su cuerpo. Estaba enfriándose y sentía su temperatura corporal iba descendiendo a una velocidad descomunal y preocupante. De seguir así, moriría en cuestión de horas, o incluso minutos. Corrió con la excusa de tratar de mantener su cuerpo en calor al hacer algo de esfuerzo físico. Mark nunca se había caracterizado por ser un chico especialmente deportista, ni siquiera destacaba en ningún deporte. Lo suyo siempre habían sido las letras. Él adoraba la poesía y la literatura, se pasaba los días sumergido en mares de papel y tinta, buscando encontrar en alguna página algo a lo que aferrarse. Aquel día sólo se le ocurrían maldiciones y blasfemias dirigidas a todos los autores que él admiraba. ¿De qué servían Kafka, Poe o Nietzsche cuando estabas apunto de morir por hipotermia? De absolutamente nada. Se prometió que si salía de esa, apartaría un poco los libros y dedicaría algo más a las clases de gimnasia. Incluso se replanteó apuntarse a los cursillos de supervivencia que había decidido rechazar en un pasado, alegando que eso ya no tenía sentido alguno en el siglo en el que estábamos. <<Maldito idiota>> pensó.
Corrió hasta sentir que su corazón se le desencajaba del pecho. Por más que avanzaba, no parecía encontrar nada nuevo, sólo la frondosidad del bosque y la cegadora niebla que lo complicaba todo aún más. Finalmente se vio abatido y sin más remedio que el de aceptar la evidencia de una muerte inevitable con sumo desagrado y resignación. Por un instante, deseó volver a ver los ojos de Jessica Simons, aunque fuese una última vez, y a falta de los reales, decidió cerrar los ojos e imaginarlos en su cabeza. No sólo se le ocurrió eso. Se vio también a sí mismo disculpándose ante su madre, la cual jamás volvería a sonreír si le perdiera, y de lo cual él era perfectamente consciente. También quiso abrazar a sus hermanos y rogarle a su padre que retomara las cosas por el buen camino, que su familia podía ofrecerle mucho más de lo que lo podía llegar a hacer una botella de alcohol o diez copas de vino.
Lamentó no haber dicho o hecho todas esas cosas cuando tenía tiempo. Ahora sólo podía lamentarse y maldecir su cobardía a lo largo de su vida. ¿De qué sirve la valentía al final, si al fin y al cabo, tú y sólo tú serás el verdadero testigo de ella? Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y se agarró el cabello con las manos en un acto de extrema desesperación.
Entonces sucedió. La niebla cedió y dio paso.
Con suma elegancia y una inquietante presencia, la Luna llena se alzó sobre el cuerpo de Mark y lo iluminó. No sólo físicamente, sino en todos los aspectos. Sobre la luna, vio la Esperanza, vestida de blanco y con una sonrisa que le calentó el alma y le estabilizó la temperatura corporal. Sus mejillas se ruborizaron a causa del repentino y rápido recorrido de la sangre ardiente por todo su cuerpo y sintió unas ganas de vivir mucho mayores que las de cualquier otro humano existente. De repente, su corazón pareció haberse hecho mucho más pequeño y cálido.
-Mi corazón parece más pequeño -le dijo a la Esperanza.
Y la Esperanza asintió con una enorme y tímida sonrisa.
-¿Eso es bueno? -preguntó Mark- Mi corazón ahora es pequeño y en él no caben tantas cosas como antes.
-Sí que caben. Sólo que de manera más organizada. A partir de ahora todo irá mejor.
-Perdona, pero no te entiendo. Noto como mi corazón se encoje por segundos y no creo que eso pueda traer nada bueno -prosiguió Mark, quien creía estar en medio de un sueño conductor hacia la muerte.
-Es sencillo, Marcus. Antes tu corazón era inmenso, y en su inmensidad, cabían miles de cosas. Cosas buenas y cosas no tan buenas -La joven subió a un árbol mientras continuaba con su explicación- Ahí estaba tu problema. Tu corazón estaba hecho un caos. El amor se mezclaba con la inseguridad y la desconfianza, la amistad con la traición, la pasión con el miedo y la esperanza con la desilusión. ¡Todo estaba patas arriba!
Mark se acercó al árbol y acercó su cara a la de la joven.
-No quiero dejar de querer a la gente que quiero.
-Y no lo harás. Lo prometo. Simplemente ahora los querrás mejor. Ya no mezclarás lo negativo con lo positivo. Lo grande no siempre es mejor. A veces es mejor tener un corazón pequeñito y bien amueblado, con espacio para todo el mundo pero cada uno en su lugar, que un corazón grande y destartalado, en el que los demonios que tu cabeza arrastra se permitan el lujo de asaltar cada vez que se les venga en gana -la Esperanza acercó un poco más su cara a la de Mark y éste pudo oler su fragancia. Olía a libertad, a felicidad, a sonrisas y a inocencia. Olía a esperanza en un futuro mejor.
-Antes de que me vaya te daré algo que deberás guardar con sumo cuidado, Marcus. No lo pierdas nunca o te perderás a ti mismo, ¿de acuerdo?
Mark asintió y esperó pacientemente como la chica del vestido blanco desenfundaba una llave de una de las capas de su curioso atuendo.
-Esta es la llave de tu corazón y tienes que guardarla muy bien. No la pierdas, no la olvides por ahí y no se la cedas a nadie que no la merezca -y finalmente, le dio la llave y él la guardó en el interior de su alma- Es hora de que me vaya...
-Pero...
-¿Pero qué, Marcus? -preguntó insistentemente la Esperanza- Vamos, dilo.
-Pero... Pero no te puedes ir. Tienes que quedarte conmigo. Tú eres la que hace que todo lo que soy funcione. No puedes irte.
-Pues hazme tuya entonces, Marcus. Hazme tuya o déjame ir para siempre.
Mark no supo reaccionar y buscó en su interior una manera de hacerse con la Esperanza para que ésta no se esfumara nunca. Ahora que por fin la había encontrado no deseaba perderla por nada en el mundo así que, de pronto, una idea le cruzó la mente. Era tan absurda y disparatada, que por unos segundos, decidió ignorarla, pero en un acto de valentía y como nuevo grito de guerra decidió darle una patada a todos los temores y la besó como nunca había besado a nadie en toda la vida.
La Esperanza le siguió el beso con total ternura y pasión y él la abrazó como tratando de amarrarla a su cuerpo. Ella no se oponía, sólo besaba los labios de Mark, curándole las heridas provocadas por el frío y dejándole un sabor dulce y fresco en la boca.
-Eres mía -le susurró Mark, labios a labios.
-Soy tuya.
Aquella noche Marcus y la Esperanza hicieron el amor durante toda la noche. Fue la primera vez que Marcus la tocaba y la primera vez que hacía algo similar con una mujer. No sintió remordimientos por Jessica Simons porque lo aquella noche había pasado bien sabía Marcus que no era más que pura fantasía y que Marcus sólo había estado conociéndose por dentro, aunque en el fondo, muy en el fondo, Marcus seguía sintiendo un leve cosquilleo con sabor dulce en los labios.
Al regresar a casa, todos permanecían dormidos. La madre de Marcus yacía dormida sobre la cama de matrimonio que ocupaba su dormitorio, sus hermanos (ambos menores que él) también dormían a su lado. Su padre, sin embargo, dormía en el sofá, abrazado a una botella de un licor que apestaba de lejos.
Marcus devolvió a sus hermanos a sus respectivas camas y los besó a ambos. Les pidió perdón por todas las veces que los había dejado solos y les prometió que todo iba a salir mejor.
A su padre lo arrastró hasta el dormitorio conyugal, le puso el pijama y lo colocó a la vera de su madre. Tiró todas las botellas de licor que había en su casa por el desagüe y sonrió al verlas marchar.
Finalmente, miró a su madre y le agradeció todo lo que había hecho por él en la vida. La besó en la frente y se marchó rumbo a casa de Jessica Simons.
Una vez allí, no sintió el típico miedo que solía echarle hacia atrás, en su lugar, un profundo amor y unas enormes ganas de abrazar a la chica de sus sueños le invadía el alma.
Pegó en el timbre de los Simons, más bien, lo aporreó. Jessica surgió de detrás de la puerta, enfundada en una bata de franela rosa y con unas zapatillas de conejos grises.
Para Mark, Jessica era todo cuanto un hombre podía desear e iba a hacerla suya, al igual que aquella noche lo había hecho con la Esperanza. No de una manera carnal, sino con el corazón, porque la necesitaba más que nunca.
-¿Mark? ¿Qué haces aquí? ¡Son las seis de la mañana!
-Lo sé y siento molestarte. Sólo quería decirte que estoy enamorado de ti y que daría mi vida porque fueras feliz todos y cada uno de los días de tu existencia, que no puedo imaginarme una vida completa si me faltas tú y que desde que te conocí, tú, Jessica Simons, me has hecho el chico más afortunado del universo. Sólo quería agradecerte que existas y recordarte que me tienes a mí, Marcus Feellarm, hasta que mi último aliento quiebre.
Una vez terminado el discurso, Jessica Simons se abalanzó hacia Marcus y le besó en los labios con toda la dulzura que una joven enamorada puede besar. Ella le amaba y él amaba la vida. Todo era perfecto una vez que las cosas estaban organizadas.
Marcus Feellarm fue un hombre feliz, tuvo una vida intensa y llena de emociones. No todo fue perfecto, pero fue más de lo que él había llegado a imaginar. Su vida superó con creces todas sus expectativas y eso es más de lo que cualquier hombre puede pedir.
Amó a su esposa, Jessica Feellarm, hasta el día en el que se le quebró el aliento y en su interior, una preciosa joven atajada con un curioso atuendo sonrió tranquila y regresó al bosque, en busca de otra alma triste y abatida.
-B.