martes, 4 de octubre de 2011

Álter ego.

Ayer, un cuervo se posó en mi ventana.
Comenzó a hablarme sobre ti.
Impetuoso y mentiroso - me dijo.

No hay mayor víctima de sus fechorias que el mismo.

Sus sonrisas esconden lo que sus ojos no soportan ver.

Aleja a quienes de verdad lo conocen,
Y acerca a los que de él quieren saber.

-No te conviene - me dijo - mejor olvidarse de él.
-Pajarraco loco - respondí - él a mí no quiere volver.
-Ingenua cría, ¿A caso no lo ves? ¿Que, al igual que antes hizo con sus sonrisas, con sus palabras oculta lo que en su corazón no soporta tener?


Bárbara J.D. © 2011

jueves, 15 de septiembre de 2011

Tú, yo y tu otro tú.

Saca los dientes pequeña caperucita.
Muéstrale al mundo lo bella que es tu sonrisa.
Alza tu mano para que la bese cualquier lobo hambriento
De deseos carnales que sobrepasan lo que una vez fueron tus límites.

Masticaré tu carne por ti.
Te dejaré hurgar en mis heridas.
Negociaré un intercambio de almas con el Diablo
Para tratar de parar tu caída.

Romperé el lazo sagrado
Que me une a mi cordura.
Te regalaré mi sangre en botellitas de cristal tintadas de blanco,
Por si algún día la necesitas.

La codicia está drenando tu alma.
Y apagando la mía.

Porque aquel beso no fue más que el nacimiento
De lo que sería la mayor matanza sentimental de la que he sobrevivido en mi vida.


Bárbara J.D. © 2011

miércoles, 6 de julio de 2011

Indignus te.



Los retazos de tu amor palpitan en mi alma,
Saborean cada lágrima que derramé por tu pérdida.
Y me atan con cadenas de carne y hueso a lo que un día fui.

Mi desdicha será tu gracia,
Y mi muerte te dará la vida.
No es más que el susurro de un ángel
Lo que oyes en la noche fría.

Soy indigna de tu cuerpo,
Y de tu alma más todavía.
No me pidas que te abrace,
Pues soy indigna del calor que desprendías.
No me pidas que te ame,
Pues soy indigna del amor que sentías.

No me llames a altas horas de la madrugada,
Pues no es más que el susurro de un ángel
Lo que oyes en la noche fría...


Bárbara J.D. © 2011

domingo, 15 de mayo de 2011

Mentiras y verdades.

Nos centramos en detestar las mentiras, en criticarlas, en juzgarlas y condenarlas. Junto a ellas, condenamos a sus dueños; Falsantes, mentirosos. Nos centramos en rechazar la mentira, y apoyar la verdad ante todas las cosas. Y yo me pregunto, ¿por qué? ¿A caso la verdad nos produce algo más que dolor la mayor parte del tiempo? El único objetivo de la mentira es maquillar la verdad. Transformarla para hacernos sobrellevar las situaciones con más sutileza y calma.
Si hicieramos una encuesta sobre las lágrimas derramadas por las verdades o las mentiras, seguramente las verdades ganarían por goleada.
No nos duele que nos oculten la verdad, nos duele lo que significa la verdad.
Nos duele ver cómo nuestro mundo se cae ante nuestros ojos tras el significado de una verdad. Mientras nuestros ojos están cegados por las mentiras, no hay dolor. Tan sólo felicidad, falsa, sí, pero felicidad. Algo de lo que la verdad, en extrañas ocasiones conlleva.
Si no eres capaz de superarla, no exijas una verdad.

Bárbara J.D. ©

martes, 3 de mayo de 2011

Poesía.

Amando a ciegas entre vendavales,
Entre ángeles caídos y almas infectadas
Por una sociedad incoherente y desalmada,
Que busca la autocomplaciencia ante todo.

Amándote entre besos de desconocidos,
No sé si fueron dos o tres veces,
Quizá cuatro.
Las veces en la que te besé en mi colchón.
Tan sólo recuerdo el aroma de tu cuello
Impregnando las sábanas.
En las que posteriormente, yo lloraría tu pérdida,
Y con ella, mi pérdida.

El amor se convirtió en tristeza,
Y la tristeza en insomnio.
Si supieras lo largas que son las noches sin ti...
Te amé como amo a Dios o a los ángeles,
Ciega e incondicionalmente.
Sin pedir nada a cambio salvo tu existencia.


Bárbara J.D. © 2011

viernes, 28 de enero de 2011




La pena consumía mi pecho, y hacía trizas lo que quedaba de mi débil corazón desamparado. Y yo, mientras, agonizaba a la vez que arrastraba mi cuerpo por el suelo de un lado a otro de la estancia, suplicando entre sollozos una mano a la que aferrarme. Una esperanza de salvación para esta alma condenada e inmoral. Pero no había rastro de luces ancestrales ni voces angelicales en aquel infierno de cuatro paredes, tan sólo existía el dolor. Con toda su frialdad y soledad. Dolor, en su mayor plenitud.
Y mi corazón ya se había roto demasiadas veces para reconstruirse una última, los pedazos ya eran demasiado pequeños y afilados para lograr juntarlos. Ya no tendrían piedad.
Mi corazón, ave fénix, no tenía fuerzas para renacer una vez más de sus cenizas. Sus lágrimas ya no eran curativas, ya no hacían cesar el sufrimiento.

Pues lo había hecho estallar en llamas demasiadas veces...



Bárbara J.D. ©

Hoy te recordé, te recordé desde el amor, desde el cariño, desde la rabia, desde la tristeza, desde la monotonía, desde el hastío, desde el lamento, desde el remordimiento de conciencia, desde la extravagancia, desde la novedad, desde el llanto, desde la risa, desde el silencio, desde el ruido, desde la armonía, desde el desastre, desde el odio, desde la añoranza, desde la obscenidad, desde la soledad, desde la compañía, desde el amanecer, desde el crepúsculo, desde la oscuridad, desde la luz, desde el capricho, desde la gula, desde la avaricia, desde la lujuria, desde los recuerdos, desde los sueños, desde mi mente y mi pensamiento, desde mis memorias, desde mis sentimientos. Hoy, desperté y te recordé.



Y no pude evitar que una sonrisa asomase la comisura de mis labios.






Bárbara J.D. ©

Eyme.

El silencio había invadido la habitación por completo, el griterío había desaparecido y ahora nos mirabamos aterrorizados por la importancia de los acontecimientos ocurridos en ese preciso instante. En el otro lado de la sala, Molly me miraba con aquellos grandes ojos verdes que lagrimeaban, esbozando lágrimas que descendían por su rosada mejilla y desembocaban en su boca.
Intenté tranquilizarla, pero estaba sin palabras.
De pronto, una carcajada estalló desde una esquina de la habitación. Emma reía nerviosamente, mientras todos la observabamos sin salir de nuestro asombro.
En cuestión de un par de segundos, la risa se convirtió en llanto; Emma clavó las rodillas en el frío mármol mientras balbuceaba entre sollozos plegarias desesperadas.
Alguien hizo un ademán de acercarse, pero Molly alzó el brazo y lo detuvo.
-Tranquilizate, Emma - ordenó la robusta mujer.
-¿Tranquilizarme? ¿Cómo quieres que me tranquilice? - gritó con desesperación Emma - ¡Está muerto! ¡Vosotros lo habéis matado!
-No hemos matado a nadie, eso no era real- me vi obligado a defenderme - ¡No tiene vida!
Otra vez, un silencio muerto nos abrazó. Y un escalofrío, recorrió mi espalda sin piedad, incrustándose en cada una de mis vértebras.