miércoles, 4 de abril de 2012

#C.19

Hubo un punto en mi vida en el que la luz y la oscuridad dejaron de importar. En el que las sonrisas y las lágrimas eran inexistentes, o con suerte, efímeras. Eran días de inacabables horas, de lluvias incesantes e inviernos mentales que aniquilaban toda la cordura que alguna vez se dignó a pasar por esta vieja mente agonizante. A veces creo que soy como el típico baúl viejo. Ya sabéis, de esos cargados de recuerdos y de momentos inmortalizados en cintas de video,
fotografías en blanco y negro y alguna que otra carta de amor. Soy como esa niña que corretea semidesnuda por la casa, o esa adolescente alzando su diploma de graduación. O tal vez esa joven vestida de novia a la que le duelen los tacones y aún así sigue bailando. También cabe la posibilidad de que sea esa mujer que grita de dolor en la sala de partos, o tal vez la madre que la
acompaña y le sujeta la mano.
Aunque probablemente no sea ninguna de esas.
Simplemente yo sea lo que ya he dicho, un viejo baúl que recolecta miles de historias.
Historias enterradas en otras mentes.
Esa soy yo. La persona que acoge recuerdos que los demás olvidan o ignoran pues es
incapaz de crear los suyos propios.

Bárbara J.D. © 2011