viernes, 28 de enero de 2011




La pena consumía mi pecho, y hacía trizas lo que quedaba de mi débil corazón desamparado. Y yo, mientras, agonizaba a la vez que arrastraba mi cuerpo por el suelo de un lado a otro de la estancia, suplicando entre sollozos una mano a la que aferrarme. Una esperanza de salvación para esta alma condenada e inmoral. Pero no había rastro de luces ancestrales ni voces angelicales en aquel infierno de cuatro paredes, tan sólo existía el dolor. Con toda su frialdad y soledad. Dolor, en su mayor plenitud.
Y mi corazón ya se había roto demasiadas veces para reconstruirse una última, los pedazos ya eran demasiado pequeños y afilados para lograr juntarlos. Ya no tendrían piedad.
Mi corazón, ave fénix, no tenía fuerzas para renacer una vez más de sus cenizas. Sus lágrimas ya no eran curativas, ya no hacían cesar el sufrimiento.

Pues lo había hecho estallar en llamas demasiadas veces...



Bárbara J.D. ©

Hoy te recordé, te recordé desde el amor, desde el cariño, desde la rabia, desde la tristeza, desde la monotonía, desde el hastío, desde el lamento, desde el remordimiento de conciencia, desde la extravagancia, desde la novedad, desde el llanto, desde la risa, desde el silencio, desde el ruido, desde la armonía, desde el desastre, desde el odio, desde la añoranza, desde la obscenidad, desde la soledad, desde la compañía, desde el amanecer, desde el crepúsculo, desde la oscuridad, desde la luz, desde el capricho, desde la gula, desde la avaricia, desde la lujuria, desde los recuerdos, desde los sueños, desde mi mente y mi pensamiento, desde mis memorias, desde mis sentimientos. Hoy, desperté y te recordé.



Y no pude evitar que una sonrisa asomase la comisura de mis labios.






Bárbara J.D. ©

Eyme.

El silencio había invadido la habitación por completo, el griterío había desaparecido y ahora nos mirabamos aterrorizados por la importancia de los acontecimientos ocurridos en ese preciso instante. En el otro lado de la sala, Molly me miraba con aquellos grandes ojos verdes que lagrimeaban, esbozando lágrimas que descendían por su rosada mejilla y desembocaban en su boca.
Intenté tranquilizarla, pero estaba sin palabras.
De pronto, una carcajada estalló desde una esquina de la habitación. Emma reía nerviosamente, mientras todos la observabamos sin salir de nuestro asombro.
En cuestión de un par de segundos, la risa se convirtió en llanto; Emma clavó las rodillas en el frío mármol mientras balbuceaba entre sollozos plegarias desesperadas.
Alguien hizo un ademán de acercarse, pero Molly alzó el brazo y lo detuvo.
-Tranquilizate, Emma - ordenó la robusta mujer.
-¿Tranquilizarme? ¿Cómo quieres que me tranquilice? - gritó con desesperación Emma - ¡Está muerto! ¡Vosotros lo habéis matado!
-No hemos matado a nadie, eso no era real- me vi obligado a defenderme - ¡No tiene vida!
Otra vez, un silencio muerto nos abrazó. Y un escalofrío, recorrió mi espalda sin piedad, incrustándose en cada una de mis vértebras.