sábado, 7 de enero de 2012

Su imagen se quedó grabada en su atestada memoria, se incrustó en cada rincón de su agonizante y desahuciado corazón de cristal, y transformó todo lo que alguna vez había llegado a amar en minúsculas motas de polvo que lo rodeaban allá donde fuese, obstruyendo todo posible paso hacia un nuevo sentimiento. Divisaba aquellos cobrizos tirabuzones en cada esquina de la estancia, no lograba pensar en algo más salvo en ella. Su corazón sufría estragos por minuto y su alma estaba exhausta de derramar lágrimas saladas bajo la tenue luz de una luna que hacía años que no brillaba.

Hacía tiempo que había dejado de sentir la desolación que lo había acompañado noche y día, por lo que le había parecido, demasiado tiempo. Ya simplemente había dejado de sentir. Cuando un moribundo corazón da sus últimos latidos la agonía es insufrible y lo único que logras ansiar es aquel idealizado rayo de luz angelical que te llevará a la tierra prometida. Pero, por contraposición, mientras estamos observando el epílogo de nuestro final, todo lo que nos ofrece la vida es una agonizante luz que trata de filtrarse entre las rejas de las persianas para lograr observar como te desvaneces lentamente entre sollozos de dolor.

Así se sentía él constantemente, como si estuviese caminando por un sendero de espinas que nunca acababa.Como señal de que ella había existido realmente, conservó todo lo que provenía de ella. Su perfume, su camisón bajo la almohada, su caja de música a medio abrir, e incluso en ocasiones, creyó que hasta su gélido reflejo habia permanecido clavado en el espejo.
Desde que ella se desvaneció, él permanece oculto en las sombras de su desastre, escondido entre telarañas de recuerdos y sombríos lagos de sentimientos. Suplicando un día más, un simple día más para volverla a ver y así poder rozar su pálida piel, poder volver a mirar en el interior de aquellos glaucos ojos, volver a acariciar sus níveas mejillas, volver a abrazar aquel perfecto cuerpo tallado a mano por el más sabio de los Dioses. Volver a besar aquellos labios conductores de la locura... Y así, poder volver a sentir la fluidez de la respiración, la tranquilidad de las extremidades, la paz del alma y el calor del corazón.

Volver a sentirse vivo.

Bárbara J.D. © 2012

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