viernes, 28 de enero de 2011

Eyme.

El silencio había invadido la habitación por completo, el griterío había desaparecido y ahora nos mirabamos aterrorizados por la importancia de los acontecimientos ocurridos en ese preciso instante. En el otro lado de la sala, Molly me miraba con aquellos grandes ojos verdes que lagrimeaban, esbozando lágrimas que descendían por su rosada mejilla y desembocaban en su boca.
Intenté tranquilizarla, pero estaba sin palabras.
De pronto, una carcajada estalló desde una esquina de la habitación. Emma reía nerviosamente, mientras todos la observabamos sin salir de nuestro asombro.
En cuestión de un par de segundos, la risa se convirtió en llanto; Emma clavó las rodillas en el frío mármol mientras balbuceaba entre sollozos plegarias desesperadas.
Alguien hizo un ademán de acercarse, pero Molly alzó el brazo y lo detuvo.
-Tranquilizate, Emma - ordenó la robusta mujer.
-¿Tranquilizarme? ¿Cómo quieres que me tranquilice? - gritó con desesperación Emma - ¡Está muerto! ¡Vosotros lo habéis matado!
-No hemos matado a nadie, eso no era real- me vi obligado a defenderme - ¡No tiene vida!
Otra vez, un silencio muerto nos abrazó. Y un escalofrío, recorrió mi espalda sin piedad, incrustándose en cada una de mis vértebras.

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